No hace muchos días estuve de visita en Pamplona,
ciudad en la que nací y vive gran parte de mi familia. Una mañana llegaba mi
padre a casa con el correo y vi que entre cartas y publicidad sobresalía el boletín mensual del Club Taurino de
Pamplona, del que él es socio. Comencé a ojearlo y en una de las páginas
pude leer en negrita “…para captar
socios jóvenes”, continué. Allí se hablaba de la necesidad de
invitar a la juventud y facilitarle el acercamiento al toro y a la fiesta. De
pronto me salió una risilla, no por lo que leía sino por lo que esto evocaba en
mí. Recuerdo que de pequeña llegaba los lunes a clase contando con naturalidad,
que había pasado el fin de semana en el campo viendo toros o que había ido a un
tentadero, a una capea o que me habían dejado torear una vaquilla “al alimón”. No le daba más importancia de la que tenía, "ir al campo a
ver toricos o a una capea, es algo normal" pensaba yo, o cotidiano, eso es
lo que yo creía. Me parecían raros aquellos compañeros que me preguntaban
"un tentadero, al limón... ¿Qué es eso?". Recuerdo que tenía la
sensación de que esos muchachos, aquellos niños y niñas no tenían una vida
normal. No habían ido a una corrida de toros en su vida, ¡Pero que locura era
esa! ¿Qué clase de vida tenían? Ahora cuando lo pienso, me hace gracia. Aún
siento aquella sensación de entre pena y extrañeza que esos extraterrestres compañeros
me suscitaban.
Ya de vuelta al salón de casa de mis padres, continué
leyendo el boletín. Relataba el mismo, “cada
tarde durante las ferias televisadas, media docena de chavales observan desde
la calle, con la nariz pegada a nuestro cristal (el del club), los toros en la
televisión del bar”. Esto me hizo recordar como muchas tardes al llegar del
“cole”, antes de irme al conservatorio de danza, merendaba mirando la corrida
que daban por televisión, “papa ¿está toreando bien?, papa ¿Por qué hace eso el
toro?, papa que me voy, ¿la estás grabando?
Esa exposición de los hechos desembocaba explicando la
propuesta que ha hecho el Club Taurino
de Pamplona a un colegio “ofreciéndole
la posibilidad de llevar a un grupo de niños a visitar una ganadería Navarra” entre otras posibles actividades. Ahora pienso que no podría estarle más
agradecida a mis padres por ofrecerme una infancia y juventud vinculada al
campo, a la naturaleza, al toro y al arte. No es acaso eso una forma de
adquirir unos principios básicos de respeto al entorno, al ecosistema, a los
animales y una sensibilidad por el arte que conllevan a corto o largo plazo, el
enriquecimiento de la persona y el interés por la cultura. Pues sí, muy
agradecida a mi familia y también al CT de Pamplona ya que gracias a él, desde
pequeña he tenido la oportunidad de vivir todas esas experiencias inolvidables
y gratificantes.
Por último el club hablaba de facilitar ese
acercamiento a los jóvenes, admitiendo
socios hasta los 25 años con una inscripción gratuita y de 25 a 30 años con una
cuota de 60 euros anuales. Una buena iniciativa ésta, en una ciudad en la
que por cierto, la plaza está llena toda la feria y aunque sea muy criticada esa
festiva zona de sol plagada de gente joven, precisamente son los mismos que con
los años hacen el relevo en sombra y de ese modo cultivan su afición. Otra manera,
quizá discorde, de arraigarse a la fiesta y al toro pero sin duda, efectiva.
He querido hablaros de este tema, porque considero que
es buen momento para apoyar y promover cualquier iniciativa que potencie el
acercamiento de niños y jóvenes, a esta, nuestra cultura del toro. Gracias Club
Taurino de Pamplona.
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