lunes, 21 de julio de 2014

-El relato de un sueño, sumergido en el encierro-

Aun caía la noche, ni tan siquiera asomaban los primeros rayos de luz y sus ojos abiertos de par en par ya apuñalaban el techo. Imagino sin ser capaz de sentir fielmente , como debe ser la sensación de acostarse con hora punta para entregar su alma al destino.
Ponía un pie sobre las baldosas frías al despertar y miraba a su alrededor. Sentir una vez más el frió en la piel y el calor del hogar no tiene precio, debía pensar el. Un hogar cálido que con su marcha se sumergía en una incertidumbre áspera y heladora. Aún no había partido y ya ansiaba su vuelta.

Desplegaba sus atuendos, blancos y relucientes, escrupulosamente adjudicados para cada mañana y de un impulso se los calzaba. A partir de ese momento, creo que nada ni nadie podría pararle. Aun le sobraban unos segundos para mirarse al espejo, me pregunto que se pasaría por su cabeza entonces. Cada mañana de la misma manera hacía una pausa frente a él, unos segundos fijamente y después, deslizaba su mano desde la cabeza hasta la medalla pendiente del cuello. 
Corría durante varios minutos hasta llegar al kiosco donde pedía la prensa, "los de hoy" demandaba a la anciana que apenas asomaba una media sonrisa entre revistas y coleccionables, "hoy no pesa nada... han venido muy chicos" solía decirle ella. Subía la cuesta mientras ojeaba las páginas, estoy segura que ni las veía pues sus ojos contaban otras historias. Al pasar por los corrales apenas se detenía unos segundos. Creo que alguna vez llegó a observarlos pero solo a tientas, mirar sin querer ver, que suele decirse. Sin embargo, en ocasiones su mirada era desafiante... ¿Por qué desafiar al que te lo da y al que te lo quita todo? Creo que debería haber alguien con la capacidad de percibir eso para atarlos de pies y manos, para decirles hoy no, el miedo es osado. ¿Pero como parar a alguien que asume todo ese miedo de forma voluntaria? Supongo que en esos días, esos días en los que por alguna razón el alma se aferra más que nunca a la vida, surge el pánico y es precisamente entonces cuando no hay quien pare esa marea revuelta. Eso le daba más miedo que la propia muerte. Dejarse vencer por esa sensación de apego a la vida, es el fin de cualquier loco que elige como modo la pasión de no saber hasta cuando
Poco más arriba había una explanada, algunos mozos calentaban allí cada aurora. Al llegar estrechaban sus manos, algunos se abrazaban y otros tan solo podían cruzarse una afectuosa mirada. Aquel momento era primordial. Se lo decían todo sin apenas decirse nada.
Caminaba sosegado y observaba a su alrededor. A pesar de hacer el mismo recorrido con las mismas pausas cada mañana, creo que cada mañana se dejaba sorprender por la misma emoción. Detenía el paso de forma imprevisible justo frente al santo morenico, entonces sin alzar aún la cabeza, se giraba hacía él. Recuerdo como movía los labios murmurando a su barbilla algo que jamás pude descifrar, eso me inquietaba porque él no era muy de rezar. Imagino que ofrecía a San Fermín su plegaria íntima y personal, al tiempo que le suplicaba y daba gracias por ese capotico milagroso. Y entonces muy despacio alzaba la mirada. Recuerdo como sus ojos castaños brillaban en ese momento, si yo fuese capaz de expresar ni la mitad de cosas que ellos... Y de pronto rompía con todo aquel misticismo echando a correr e incluso solía gritar con rabia. Sacudía su cuerpo como si quisiese desprenderse de sus atuendos, deshacerse de sus propias carnes.
Una joven lo esperaba cada mañana y jamás la escuché decirle una palabra. Ella se limitaba a aguardar la hora situada siempre en el mismo lugar, una ventanita al comienzo de la calle Estafeta. El lo sabía y sabía que la joven esperaba verle pasar. Se acercaba y casi sin parar, la miraba. Ella no hacía más que devolverle la mirada, sonreirle con los ojos y con los mismos decirle, te estaré esperando, sobraban las palabras... Y entonces él se alejaba poco a poco entre el tumulto de los corredores. Ella trataba de esquivarlos con la mirada hasta que ya no podía diferenciarlo entre el blanco y rojo de la calle. Su corazón se iba precipitando conforme el avanzaba y en ese mismo momento, ya solo deseaba que el volviese de nuevo.
SSSSSssss.... El cohete y los cencerros... La manada salía efervescente de los corrales y se precipitaba veloz por las calles. La marea blanca avanzaba como si fuese interminable. Los toros arremetían al tiempo y al espacio movidos por el fuego en la sangre. Olor a quemado. Los mozos valientes. Las calles estrechas. Las rodillas ensangrentadas y las madres haciendo plegaria. Los periódicos al quite. Los pastores a la vara y las carreras a pocos centímetros de las astas... Pummm!! Ruido, adrenalina y sirenas se iban disolviendo. Esa era la rúbrica de cada mañana y allí seguía ella, esperando su vuelta con el corazón en un puño. Sobresaltada por el hecho, conmocionada por la pasión y entumecida por el miedo. Y allí estaba él... Lo recibía entre sus brazos para calmar su pánico o más bien el suyo propio, entonces le acurrucaba contra su pecho y podía sentir el latido de su vida manifiesto, limpiaba el sudor de su frente empapada y le miraba como quien observa el amanecer más bello. Se veía reflejada en el brillo de sus ojos y sin mediar palabra, le dejaba ir. Que sonrisa tan agridulce cubrió el rostro de la joven aquellos días...
Una mañana casi sin terminar de pasar los astados, escuchó sirenas. Bajó las escaleras casi sin pisarlas, corrió por la calle buscando de nuevo su mirada. Había demasiada gente y esa alarma cada vez sonaba más fuerte, retumbaba en su cabeza. La desesperación la iba haciendo presa y por fin lo vio, tendido en el suelo. Se acercó muy despacio y el pudo verla, aún le regaló una sonrisa. Se arrodilló a su lado y justo cuando quiso besarle, cuando apunto estaba de saborear la ternura de sus labios por primera vez... Alguien la agarró por el brazo, una mano fría y severa comenzó a zarandearla y sin poder evitarlo, la fue alejando más y más de el. La alarma continuaba sonando cada vez más fuerte y cuanto más sonaba, más la alejaba. Entonces, abrió los ojos. Era día 15 de julio y todo había sido un sueño. Un sueño que como alguien ya dijo alguna vez, la hizo elevarse a tres metros sobre el cielo
Me pregunto ahora si ella hubiese preferido dormir eternamente y hacer frente a los hechos o despertar y vivir con el recuerdo imborrable de aquellos días felices con un final aún incierto.  


-Con este escrito he tratado de plasmar metafóricamente la intensidad y la pasión con la que muchas personas viven los Sanfermines y los encierros. Cuando todo acaba, toca afrontar con la cabeza alta la resaca emocional que nace inevitablemente, de vivir desde dentro una pasión como esta.
SANFERMIN EMOCIONA-


2 comentarios:

  1. Qué bonito Maite, conforme iba leyendo se me erizaba el vello, en algún momento los ojos humedecidos me impedían leer, me imaginaba la escena, veía los lugares, sentía una opresión en el pecho...Por fin un suspiro, una sonrisa...realidad y ficción unidos. Precioso.

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  2. Gracias, me alegro que te emocionases mientras lo leías pues esa era mi intención, trasmitir todas esas sensaciones únicas que nacen de un encierro y entorno a el.

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